El Año Santo, para que rinda los frutos apetecidos, debe ser el recorrido de un trayecto del camino de esperanza cristiana que busca el encuentro con el Señor, que nos ama y nos ofrece su Misericordia, teniendo como modelo acabado y como intercesora a la Santísima Virgen María, bajo la advocación de la Palma.
Debe ser también, más que un conjunto de actos culturales o religiosos, un camino de fe y un camino de caridad, que contribuya a avanzar en el camino de la santidad personal y de la obra evangelizadora de la Iglesia. Por ello, es necesario preparar su celebración adecuadamente.
El Año Santo exige estas actitudes:
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La conversión personal. Se trata de un compromiso firme de cambiar o mejorar de comportamiento. Consiste, con la ayuda de Dios, en orientar la existencia en conformidad con las exigencias de la vida cristiana. A esto nos ayuda el sacramento de la reconciliación, la oración personal y la participación en la eucaristía dominical.
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Escuchar y anunciar la Palabra. Debe ser un tiempo adecuado para escuchar la Palabra de Dios y aprender a orar con ella.
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Testimonio de amor hacia los más pobres y necesitados. Ante los retos actuales de nuestra sociedad, apostar por el amor fraterno. Ser personas apasionadas por la justicia y preocupados por los más pobres y marginados en acciones reales y concretas.